lunes, 20 de julio de 2015

12/07/2015 – 25º Triatlón Olímpico Canal de Castilla (Medina de Rioseco)

A causa de complicaciones laborales, este año me estaba costando debutar en los triatlones. Por fin encontré uno que me encajaba. Domingo, con posibilidad de desplazarme el mismo día de la prueba, distancias asumibles (más o menos, 1500m + 40Km + 10Km…) y cómodo al tratarse de un triatlón “familiar”, nada masificado, lo que simplifica un montón la “complicada logística” de estas pruebas multideporte.

No conocía el pueblo pero, por los planos de la carrera y las consultas en internet, vi que se trataba de un típico pueblo Castellano con la peculiaridad de ser “fin de trayecto” de uno los ramales del Canal de Castilla. Los 1.500m de natación, por tanto, se realizaban en una “dársena”, un puerto fluvial, donde antiguamente se cargaban y descargaban las mercancías (cereales principalmente) transportadas en barcazas por el Canal. Los 40Km de bici eran dos idas y dos vueltas por una carretera comarcal bastante recta y, suponía tratándose de Castilla, que bastante llana. Además estaba permitido el drafting (ir a rueda) lo que a un ciclista malo como yo, le venía bien. Y, finalmente, los 10Km de carrera eran dar un par de vueltas por unas pistas de tierra que bordeaban la dársena.


El mismo domingo por la mañana salgo en coche con Elsa dirección a Medina de Rioseco. Mis padres, entre viaje y viaje (la buena vida del jubilado), habían podido acercarse a hacernos una visita y aprovechan para venir a verme y animarme. Llegamos pronto y aparcamos justo al lado de la dársena, la zona de boxes, la caseta donde repartían los dorsales… lo dicho, la maravilla de estas “pequeñas grandes” pruebas.


Después de recoger el dorsal damos un paseo por la dársena y alrededores. Me encuentro al juez que está midiendo la temperatura del agua y le pregunto si van a permitir el neopreno o no. Me responde que está justo en el límite de los 22ºC y que tiene que consultarlo. Cuando estoy volviendo al coche a coger todo el material escucho por megafonía que finalmente sí está permitido el neopreno. Mejor, natación más cómoda y fácil.


Con mucha calma dejo todo preparado en boxes y vuelvo con Elsa al coche a dejar la mochila. Voy andando en chanclas, despistado, mirando no sé qué y… ¡tropiezo y doy un patadón a una piedra! Mucho dolor y sangre en el dedo gordo del pie... empezamos bien.


Vuelvo a la dársena donde ya veo a gente calentando. Me despido de mi familia y ellos me desean suerte. Me meto al agua por las escalerillas por las que luego saldremos a boxes y practico un par de veces el gesto de salir trepando por ellas. El agua está a buena temperatura incluso para un friolero como yo. Nado unos metros mientras me acostumbro al “nuevo medio”, en este caso un agua marrón y totalmente opaca.

Por megafonía nos avisan para que nos vayamos situando en las boyas de salida y empiezo con las clásicas dudas de en qué lugar ponerme. En un principio me coloco en medio del grupo, a lo valiente, pero al final decido ponerme a la derecha porque así, aunque nade un poco más, tengo la opción de abrirme si hay demasiado follón. Hace demasiado tiempo que no nado en un sitio sin corcheras y línea en el fondo…

Hay un amago de salida falsa y, finalmente, dan la salida buena.


Salgo fuerte y no me choco con nadie. Nado recto y sin problemas. Por el lado que respiro, el izquierdo, puedo ver a todo el pelotón lo que me permite “guardar las distancias” y también comprobar como, poco a poco, se me van adelantando bastantes nadadores. Al no tener muchos roces voy bastante relajado y centrado en respirar bien, que sé que es lo principal. Cuando veo que los que llevo a mi izquierda llevan un ritmo similar al mío me voy arrimando al grupo. De repente me choco con algo duro, saco la cabeza alarmado y veo que es sólo una pequeña boya.


Cuando llevo unos 200m las sensaciones empiezan a ser peores. De respiración sigo más o menos controlado pero me empiezo a sentir sin fuerza en los dorsales, muy cansado. No es normal. Me doy cuenta de que tras una salida fuerte y anaeróbica he acumulado mucho ácido láctico y ahora voy bastante “trabado”. Empiezo a darle vueltas a la cabeza pensando que no he entrenado bien, que sí he nadado suficientes metros, pero he hecho poca “intensidad”, series, cambios de ritmo, etc. Ahora ya es tarde por lo que trato de bajar un poco la frecuencia de brazada y respirar más para ir recuperando.

Es fácil nadar sin torcerse porque por la izquierda en todo momento vas viendo el muelle de la dársena.

Llegamos a la primera boya, en la que se forma un poco de lío. Me tocan varias veces pero nada grave. Muy poco después giramos en la segunda y enfilamos de nuevo hacia la zona de la salida.


Mis sensaciones no sólo no mejoran sino que empeoran. Estamos ya bastante colocados según nuestro ritmo pero, poco a poco, me sigue adelantando alguno. El neopreno me oprime y agobia, me encuentro anormalmente cansado. Me enfado conmigo mismo y pienso que cómo puede ser que esté así si no voy ni 750m…

¡En ese momento veo a Elsa! Está cerquísima, encima del muelle, y veo que me ha reconocido porque está haciéndome alguna foto. No le saludo ni hago ningún gesto porque bastante mal voy intentando nadar lo mejor posible.


Me alegro de verla cada vez que saco la cabeza para respirar pero a la vez me da un poco de rabia porque creo que estoy haciendo una natación muy mala y preferiría que me viese hacerlo bien. Poco después veo también a mi madre y escucho cómo me anima.


Llego a la tercera boya que doy pegado al que me precede. Unos pocos metros más y llegamos a la cuarta. Al girar doy unas cuantas brazadas con la cabeza fuera para coger aire y a la vez mirar bien qué (quién) es lo que viene por detrás. No veo que me siga demasiada gente. Dudo de si es porque ya vamos muy estirados o porque realmente hay muy poca gente por detrás…

Intento pensar y calcular fríamente y no dejarme llevar por el pesimismo. Sabiendo que salimos unos 100 triatletas, que el grupo que se me marchó en la primera recta serían, a ojo, unos 25, y que luego me ha ido adelantado alguno más… tengo que ir más o menos a mitad de pelotón. Mal, porque siempre intento estar en el tercio o, si va bien, el cuarto de cabeza en natación, pero bueno, tampoco es el fin del mundo.

Esta vuelta es más larga puesto que hay que salir de la dársena y nadar por el canal. En este largo aprovecho “los pies” de otros dos triatletas que van a mi ritmo. Aunque me encuentro cansado ahora ya se nada cómodo, sólo hay que centrarse en nadar con la mejor técnica posible y sin torcerse. Levanto la cabeza cada cierto tiempo para comprobar que sigo “a ola” del que me precede. Cuando me acerco mucho a él también siento las turbulencias en las manos y eso me ayuda a seguirle ya que dentro del agua no se ve absolutamente nada.

Giro en las boyas y pienso que ya más o menos lo tengo. Tengo bastante cansancio general, incluso de piernas, que me hace dudar de qué tal voy a aguantar el resto de la prueba. Dejo de pensar en ello, antes hay que salir del agua.


En el último largo por la dársena vuelvo a ver a Elsa en el muelle y me anima bastante. Cuando queda poco para llegar a las escaleras empiezo a mirar cómo sale la gente. En algún momento se forma un poco de tumulto porque por las escaleras hay que salir de uno en uno. El que me precede se me ha distanciado unos 3 o 4 metros por lo que cuando llego (¡por fin!) a las escaleras no tengo problemas y trepo por ellas.

Nada más salir escucho los ánimos de mi madre y de Elsa mientras me quito el gorro y se lo entrego a los jueces (es la forma en que tomaban los tiempos en el agua). Empiezo a correr por la alfombra azul hacia boxes y Elsa me acompaña por fuera de la valla. Me pregunta qué tal y le digo que “regular”. Ella me dice “ya, ya te hemos visto”... lo que me confirma que mis malas sensaciones también se han apreciado desde fuera. Me bajo la cremallera del neopreno.


Justo antes de entrar en boxes, jadeando, le pregunto a Elsa si voy muy atrás. Ella me responde: “¡no, venga que vas muy bien!”. Me quedo dudando de si lo dice de verdad o es sólo para animarme porque se contradice un poco con lo que me ha dicho un momento antes. Después de la prueba me explicaron que lo de "verme mal" en la natación fue sólo porque en una de las boyas saqué mucho la cabeza y pensaban que estaba mareado.

Me olvido de todo eso y me concentro en la transición. Termino de quitarme el neopreno, me pongo el casco, el dorsal y las gafas de sol. Cojo la bici y salgo corriendo de boxes. Me monto en la bici sin arriesgar mucho y cierro el velcro de las zapatillas mientras me fijo en dos que han salido justo por delante de mí...


En ese momento escucho a mi padre que me anima gritando “¡Venga Miguel, que vas de **** madre!”. Suena sincero y me sube la moral.

Me pongo de pie y esprinto en una ligera cuesta abajo. Alcanzo a uno al que le está costando atarse las zapatillas. Cojo mucha velocidad en la bajada, me estoy acercando también al otro que llevo por delante. Llego muy rápido a una curva de 90º y veo que justo por donde iba a trazar hay un bache muy grande. Tengo que corregir bruscamente mi trayectoria a la vez que freno fuerte ¡porque no entro en la curva! En ese momento la rueda trasera me derrapa y se me empieza a cruzar la bici. Tengo que soltar el freno para no pegarme un tortazo y, como voy a demasiada velocidad para poder dar la curva, cambio in extremis mi dirección y me subo por la acera. Todavía voy embalado, paso entre unos árboles y un muro de piedra. Sigo unos metros por la acera ya un poco más despacio (menos mal que no había gente u obstáculos) hasta que encuentro un hueco y salto el bordillo de nuevo a la carretera… el corazón me late muy deprisa, ¡me he librado de un buen piñazo de milagro!

Hacemos un grupo de tres en el que sólo dos damos relevos. Cuando paso a tirar no doy el 100% porque no quiero vaciarme, sé que se me van a hacer largos los 40Km. Poco tiempo después nos alcanza un grupo de unos seis triatletas. Nos adelantan por la izquierda como aviones y tenemos que acelerar para intentar unirnos a ellos. Uno de los que iban conmigo se queda atrás y yo, que cierro el grupo, tengo que esforzarme mucho para mantenerme con ellos. No es normal, me doy cuenta de que voy muy justo, voy a tope y a duras penas me mantengo a rueda…

El grupo va en fila india, pisando la línea central de la carretera. De hecho, no se meten en el carril contrario porque por esa misma carretera circularán los que ya vengan de vuelta. Incluso un novato como yo cae en la cuenta de porqué lo hacen. Entra un viento bastante fuerte por la derecha que hace que la posición para ir protegido no sea ir justo detrás, a rueda, sino un poco retrasado y por la parte izquierda del que te precede. Lo suyo sería ir en “abanico” pero claro, los que tiran no quieren regalar nada al resto y circulan lo más a la izquierda que pueden para no dejar hueco.

Llegamos a un pequeño repecho que no tiene mucha pendiente pero sí se nota en las piernas. Se produce un ataque y el grupo se disgrega. Por delante se marchan tres o cuatro y el resto luchamos por volver a pegarnos al que llevamos por delante. Yo no lo consigo y me quedo sólo. Intento recuperar las pulsaciones mientras me agarro a la parte baja del manillar y trato de no perder demasiado ritmo. Alcanzo a otro “cadáver” y me quedo a su rueda, no tengo fuerzas para relevarle. Aprovecho para beber agua e isotónica. Hace calor y aunque en bici no se note demasiado hace falta beber para no llegar deshidratado a la carrera.

Miro para atrás y veo que viene un pelotón muy grande, de unos 15 triatletas, por lo que le digo a mi acompañante que se relaje que llegan los refuerzos. Nos adelantan en fila, totalmente estirados y por la izquierda. De nuevo tengo que esprintar para intentar meterme en el grupo y otra vez me cuesta muchísimo igualar su velocidad. No tengo forma de meterme hacia la izquierda por lo que me sigo “comiendo” todo el aire lateral. Forzándome a tope paso un rato con ellos pero empiezo a darme cuenta de que no voy a poder aguantar así mucho tiempo más y esta gente no tiene pinta de querer aflojar. Es más, sucede totalmente lo contrario, otro cambio de ritmo, otra vez todos pegados a la línea de la carretera en fila india, otra vez pelotón disgregado y, como no, otra vez soy de los más perjudicados…

Tras un rato dando absolutamente todo para intentar volver a enlazar tengo que resignarme, he vuelto a perder un grupo. Esta vez, además, uno muy numeroso. Mientras me quedo solo, intentando recuperarme, no puedo evitar pensar que “ese era el grupo con el que tenía que haber ido el resto del sector ciclista”. 

Los ataques y cambios de ritmo me han dejado destrozado de piernas, no miro mi velocidad pero no debe de ser muy buena. Además estoy un poco desmoralizado. Me alcanzan otros cinco ciclistas y formamos un grupillo. Esta vez procuro maniobrar de forma hábil para estar siempre en el lado protegido del viento y descansar.

Los que van primeros empiezan a pasar en dirección contraria. Al cruzarnos con el tercer o cuarto grupo, cuando pasan a nuestra altura, escucho un ruido raro. Me giro y veo que a uno de ellos, no sé si por haber tocado la rueda de otro, se le ha cruzado la rueda delantera y sale volando por encima del manillar. No puedo seguir mirando pero escucho el fuerte golpe contra el suelo y después los juramentos que echa el que se ha caído. Pienso que afortunadamente si se está “cagando en todo” mal mal no estará.

Llegamos al cono donde se da el giro de 180º. Como la carretera es estrecha en ese punto hay que girar muy despacio. Alguno incluso suelta el pie de la cala para hacerlo más seguro. La vuelta se me hace más llevadera. Al pasar por donde se cayó el triatleta le encuentro sentado en la cuneta, con la bici al lado y con golpes y roces en una rodilla y brazos. Uf…

El viento entra ahora por la izquierda pero un poco por detrás por lo que se me hace menos duro. La mayor parte del tiempo van tirando del grupo dos triatletas relevándose entre ellos. Se quejan y piden más colaboración, como es lógico. Yo paso a tirar algún momento pero sin demasiada fuerza ni convicción. No estoy para muchas alegrías y no quiero que otro ataque me coja recuperando y me vuelva a quedar solo.

Llegamos de nuevo a Medina de Rioseco. Yo, con la precaución que da el casi haberme estampanado en esta zona hace un rato, voy gritando: “¡cuidado aquí!”, “¡frenando!”, para avisar al resto.


Voy bien colocado en el grupo, por lo que voy calmado. Una vez que pasamos bajo un arco me pongo de pie para subir rápido y con cadencia la cuestecilla que hay hasta el giro. Veo a mi padre haciendo fotos y a Elsa y mi madre que me animan. Con lo cansado y bajo de moral que voy se agradecen más todavía sus ánimos.


Giramos sin problemas y empezamos a bajar la cuesta. Esta vez voy con más precaución al llegar a los dos giros que tenemos que hacer. Elsa me grita que tenga cuidado con los baches pero después del susto de la salida la verdad es que no me hace mucha falta, ¡voy con mil ojos!


Enfilamos nuevamente la carretera. Voy tenso porque sé lo que me espera: alguna rampa y, sobre todo, viento de costado. Con el importante problema adicional de que yo voy bastante tocadillo. Por suerte, parece que el resto también va más justo que en la primera vuelta y no hay ataques serios. Sólo se produce algún cambio de ritmo cuando alguien entra a dar un relevo y “se motiva” los primeros metros. Al ir algo más despacio muchas veces circulamos en dos o tres filas por lo que yo intento ir siempre al lado izquierdo para protegerme del viento. Nos cruzamos con la ambulancia con las señales luminosas puestas, se estará llevando al que se ha caído.

Cuando llegamos al cono de giro los que van por delante gritan que “suave y despacio”, y que “hay que pasar de uno en uno”. Doy el giro casi parado y cuando levanto la cabeza los de delante han pegado un hachazo importante. Me pongo de pie y esprinto todo lo fuerte que puedo pero tres se me escapan. Miro hacia atrás y yo también he sacado unos metros al resto. Voy sólo, en posición lo más aerodinámica posible y con todo el desarrollo metido. Sin embargo, tras un par de minutos, me alcanza por detrás un triatleta alto y fuerte que, tras pasar un momento a mi rueda, intenta atacarme. Pienso que si me quedo también de él ya sólo me voy a poder poner detrás del coche escoba… ¡me pego a su rueda forzando como si no hubiera mañana!

Sufriendo bastante en algún momento, consigo mantenerme a rueda hasta que llegamos de nuevo a Medina de Rioseco. Al pasar bajo el arco dejamos de dar pedales para abrirnos las zapatillas y sacar los pies. Me pongo de pie para subir la última cuesta. Cuando quedan pocos metros para llegar a la juez que, con una bandera, marca el punto de bajarse, paso la pierna derecha por detrás del sillín y me quedo de pie en el pedal izquierdo.


Al saltar del pedal al suelo y ponerme a correr hacia boxes escucho a una juez que grita: “¡la bota!”. Me cuesta un segundo entender qué quiere decirme, pero caigo en la cuenta en que al bajarme se me ha salido una de las zapatillas del pedal automático. Me paro un momento dudando si retroceder e ir a por ella, pero la juez y mi padre me gritan que siga que ya la cogen ellos.


Entro en boxes y veo un montón de bicis lo cual me confirma que mis malas sensaciones en la bicicleta han reflejado la realidad: he hecho un muy mal segmento y me ha adelantado muchísima gente.

Cuelgo la bici, me calzo las zapatillas y salgo corriendo mientras me giro el dorsal y me lo pongo delante. En los primeros metros tengo unas sensaciones malísimas, voy bloqueadísimo de piernas y totalmente asfixiado. Paso junto a Elsa que me pregunta “¿qué tal vas?”. No le puedo responder, pero le hago un gesto indicándole que muy mal.


Me alejo de la zona de boxes, que está llena de gente animando, y corro por una pista de tierra que va junto a la dársena y el canal donde hemos nadado al principio. El corazón se me sale por la boca y, a causa del cansancio muscular, siento que no estoy corriendo bien. Pese a lo mal que voy consigo adelantar a otro triatleta que me anima cuando le paso.  

Pita el reloj marcándome el primer kilómetro pero prefiero no mirar al ritmo que estoy corriendo. Me encuentro tan mal y me da la sensación de que estoy corriendo tan despacio que pienso incluso que igual me tengo que poner a andar. Decido aflojar un poco el ritmo para no tener que llegar a esos extremos.

Llego al primer giro y, como tengo el dorsal todo arrugado, grito a los jueces que están controlando: “¡ochocientos cincuenta y dos!”. Adelanto a otros dos triatletas y caigo en la cuenta de que todavía no me ha adelantado nadie. A ver si pese a lo mal que me encuentro y mi sensación de ir “parado”, no voy a estar corriendo mal del todo…

Suena el reloj al cumplir el segundo kilómetro. Esta vez sí lo miro para ver cómo voy realmente y me sorprende que marca 4:23/Km. Bueeeeeno, no es que sea un grandísimo ritmo para mí, pero por lo menos ¡parado parado no voy! Me animo y acelero un poco intentando no llegar a mi límite de pulsaciones.


Paso por el avituallamiento y cojo un botellín de agua fría que me sienta increíblemente bien, lo necesitaba. Poco después paso por la zona más concurrida de público y me encuentro con mi familia animándome. Intento poner un poco de buena cara para no preocuparles.


Me parece imposible pensando en lo mal que iba hace un rato, pero empiezo a encontrarme un poco mejor. No puedo forzar a tope pero al menos me da la sensación de que voy corriendo algo más ligero. Me lo confirma el hecho de que poco a poco voy alcanzando a más triatletas y a mí sigue sin adelantarme nadie. Los siguientes kilómetros consigo clavarlos a ritmos de 4:15/Km. 

Voy y vuelvo por una pista por el otro lado de la dársena. Al pasar nuevamente por la zona del público mi familia no deja de animarme con muchas ganas. Les devuelvo una media sonrisa por primera vez en la carrera… se merecen mucho más que eso, pero cuando se va sufriendo mucho, la verdad es que no se puede.


Empiezo la segunda y última vuelta y sigo corriendo exactamente al mismo ritmo. No tengo margen para acelerar pero tampoco voy “muriéndome” como al principio. Ahora adelanto a gente que acaba de empezar a correr tras la bici, aunque de vez en cuando también adelanto a algún “competidor directo”. Lo sé porque muchos me suenan de haberles visto “por detrás” mientras se me alejaban en bicicleta…

En el kilómetro 6 alcanzo a uno que va en mi vuelta y lleva buen ritmo. Me pregunta cuánto tiempo llevamos y le respondo que no puedo saber el tiempo de carrera porque sólo llevo puesto el tiempo total del triatlón. Me sigue bastante tiempo aunque, poco a poco, voy dejando de escuchar sus pasos.

Paso por última vez antes de entrar en meta por la zona del público. El reloj me marca el kilómetro ocho a 4:14/Km. Levanto la mirada y ahí está nuevamente mi familia animándome. Me da verdadera alegría verles en cada vuelta.


Último giro de 180º donde tengo que estirar el dorsal para que lo anoten. Quedan menos de 1.500m, es la hora de apretar… si pudiera. Estoy muy cansado, ahora ya no voy a mi límite de pulsaciones como cuando empecé a correr, pero de piernas voy tocado. Al pasar el desvío que hay que coger para ir hacia meta en lugar de dar otra vuelta, veo que por delante, a unos 100m, llevo a uno. Le he ido recortando poco a poco pero cuando quedan unos 500m aprieta algo el ritmo y mantiene su ventaja.

Llego a la recta de meta y miro hacia atrás para asegurarme de si llevo a alguien cerca. Como no veo a nadie me relajo, alargo un poco la zancada sin llegar a esprintar y… ¡META!


Me apoyo un poco en una valla para recuperarme y escucho como un matrimonio de personas mayores dicen “ay, mira cómo llegan…”. Levanto la cabeza y me encuentro con Elsa que ha venido a abrazarme y felicitarme, ¿o a socorrerme? Me acuerdo de mi padre, la línea es siempre muy fina.

Nos reunimos también con mi madre y nos resguardamos en una sombra. Les empiezo a explicar que he sufrido mucho, que en bici he ido de pena y que el estar tan flojo en la bici me ha perjudicado también en la carrera.


Yo mismo, mientras estoy hablando y “justificándome”, me doy cuenta de que no tiene ningún sentido hacerlo. He dado todo lo que tenía dentro, no tengo duda. Y de eso se trata, ni más ni menos. A un popular como yo nadie le exige nada, hago esto por pasarlo bien y, a pesar del sufrimiento, me he divertido y he disfrutado un montón. ¿Que no ha sido mi mejor triatlón en cuanto a tiempos, ritmos y sensaciones? Pues no, pero no por ello me tengo que comer la cabeza durante la carrera. En competición lo que hay que hacer es simplemente lo que he hecho, esforzarme a tope, disfrutar, e intentar que salga lo mejor posible. Unas veces saldrá un poco mejor y otras un poco peor. Ahí está parte de “la gracia de esto”. Al fin y al cabo la competición para mí no es más que “una excusa” o aliciente para hacer ejercicio, entrenar y estar sano día a día.

Resumiendo todo este ladrillo: ¡un triatlón muy recomendable que espero repetir el año que viene!




Mis tiempos y resultados fueron:

-Natación: 1568m, 26:17 (1:41/100m), puesto 36º/100
-Bici: 39,45Km, 1:08:45 (34,4Km/h), puesto 67º/100
-Carrera: 9,69Km, 41:08 (4:15/Km), puesto 20º/100
-Total: 2:17:34, puesto 43º/100


Podéis ver las clasificaciones en:

Y una buena galería de fotos en:
Fotoyos



2 comentarios:

  1. ENHORABUENA Jesús BÁRBARO.
    Veo una evolución tremenda en tu estado físico y la chispa en las publicaciones, no la pierdes.
    Los 40 minutos de carrera me parece una barbaridad,TIEMPAZO.
    Sólo decirte ADELANTE.

    Un fuerte abrazo amigo.

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