jueves, 26 de junio de 2014

Bilbao Triathlon 2014

El pasado sábado 24 de mayo participé en la cuarta edición del “Bilbao Triathlon”. Una prueba de distancia “half ironman”, esto es, 1900m de natación, 90Km de ciclismo y, para terminar, una media maratón -21Km- corriendo.

Hasta ahora sólo había participado en triatlones “sprint” -750m, 20Km, 5Km- y “olímpicos” -1500m, 40Km, 10Km-, por lo tanto era mi debut en los de triatlones de larga distancia. Además de la diferencia evidente, la distancia, este tipo de triatlones tienen la peculiaridad de que en ellos no está permitido el drafting, es decir, ir a rueda en el sector ciclista. Aquí cada uno pelea contra el viento como puede y, por ello, permiten utilizar bicis de contrareloj -“cabras”- y los acoples largos en el manillar para mantener una posición aerodinámica.

Esta es una diferencia fundamental, puesto que cambia totalmente las estrategias de carrera. En este caso la natación no es tan básica como, por ejemplo, en un olímpico donde todo el mundo nada a tope para poder coger un grupo delantero en la bici. En los triatlones de larga distancia el sector ciclista se convierte en la clave de la prueba. Es el más largo, al que más tiempo se dedica y donde mayores diferencias se pueden sacar… y además -lo que más me preocupaba- hace evidentes las carencias que pueda tener uno sobre la bicicleta, mientras que en un triatlón con drafting pueden quedar más “enmascaradas”.

En cualquier caso me hacía una ilusión especial enfrentarme a este gran reto -¡al menos para mí!- y, una vez que pasé el medio maratón de Santander, procuré prepararme para ello lo mejor posible.

Mis entrenamientos siguieron más o menos la misma línea de siempre. Es una de las ventajas de tener poco tiempo, que no me tengo que complicar con “macrociclos”, “microciclos”, semanas de “carga”, de “descarga”... es decir, con nada. Entreno lo que más o menos puedo, a las horas que me cuadren -levantándome a las 5:45 casi siempre-, y no hay más que planificar. La sencillez es mi lema, jajaja.

La semana “tipo” de los dos meses de preparación consistió normalmente en:

  • 3 días de carrera: 2 de 40-45min y 1 un poco más largo de 1h o 1h y algo.
  • 3 días de bici: 2 de 50min de bici estática y 1 en que intentaba hacer una tirada larga de 90Km aproximadamente, aunque no siempre se me arregló.
  • 3 días de natación: de unos 1800-2000m.

Como siempre, he tenido la suerte de que Elsa me acompañase en muchos de los entrenamientos largos de carrera. A veces corríamos juntos y a veces ella me acompañaba en bici. Se agradece mucho su compañía y lo hace mucho más ameno. En cambio en bici no tuve tanta suerte. No me coincidió bien, y no pude salir con amigos, por lo que hice la mayoría de los entrenamientos sólo.

Además, algunos fines de semana me surgieron compromisos en distintos puntos de la Península y no me quedó otra que cargar con la bici en el coche, madrugar mucho, y explorar carreteras secundarias por mi cuenta -esto supuso la ventaja de hacer los rodajes menos aburridos, claro-. Un fin de semana hice 105Km llanos por Toledo aprovechando una boda, otro 90Km por Badajoz a donde había ido para ver el Campeonato de España de Maratón de Piragüismo...


Aunque normalmente las salidas largas en bici las hice por el carril bici de Madrid-Colmenar Viejo que, aunque aburrido, es seguro.

Aparte de mi asumida “flojera” en bici, otro tema que me preocupaba era que los 90Km de Bilbao no eran llanos ni mucho menos. El perfil era más bien durillo. Tenía tres subidas, dos de ellas al Alto del Vivero -que ha sido puerto de 2ª categoría en la Vuelta a España-, con un desnivel positivo acumulado de unos 1.200m.


Mis únicos entrenamientos con algo de montaña fueron una subida a la Morcuera en Madrid.


Y el fin de semana anterior a la competición en el que viajé a Santander. Allí hice los cuatro primeros kilómetros de Peñacabarga y después hasta la mitad de Alisas aproximadamente. Me quedé con las ganas de subir enteros los dos puertos pero tenía miedo a darme demasiada paliza y no llegar descansado a la competición.

Ese mismo fin de semana fue el único en que pude aprovechar para practicar la natación en “aguas abiertas” y “re-estrenar” el neopreno. Nadé 2000m en la playa de Bikinis-La Magdalena-Los Peligros. Me encontré bien, nadé rápido y cómodo con el neopreno. Pero la parte negativa fue que me di cuenta de que el agua estaba HELADA. Pese a que era un día soleado salí tiritando y tardé bastante en volver a tener “buen cuerpo”, lo cual me preocupó mucho de cara al día de la competición… mi escasa, nula, reserva de grasa corporal aquí jugaba claramente en mi contra.


En fin, así pasó mi preparación. Era -y soy- totalmente consciente de que fue escasa, sobre todo en bicicleta, pero confiaba en que al menos fuese suficiente para poder llegar a meta decentemente que, ni más ni menos, era mi objetivo.

La semana previa al triatlón me dediqué a entrenar poco y muy suave. Un par de trotecillos muy cortos, una vueltecita en bici silbando verano azul, algún chapuzón en la piscina... Y también a comer mucho -pero mucho- intentando acumular alguna reserva de grasa, cosa que se ve que ni mi cuerpo, ni mi metabolismo entiende. Ah, e inicié un novedoso “entrenamiento experimental” que se me ocurrió tras el baño en la playa y el “canguelo” que me entró. El “entrenamiento” consistió en pegarme duchas de agua helada. Esta innovación tenía tres resultados posibles: que pillase una pulmonía y no pudiese competir, que me acostumbrase algo al frío y eso me evitase la hipotermia en la ría de Bilbao y, como última posibilidad, que no me sirviera absolutamente para nada. Puedo confirmar, “empíricamente”, que entre los dos últimos estuvo la cosa.

En principio, como se suele decir, el “trabajo estaba hecho” y tocaba relajarse. Pero lo del relax no pudo ser. El mayo primaveral, casi veraniego, del que estábamos disfrutando se terminó de golpe. Los guapos y guapas que salen delante de un mapa en los telediarios -en el hueco que deja el fútbol- decían que venían lluvias y bajada de temperaturas.

Si yo ya estaba “cagadete” por la temperatura del agua, estas noticias no hicieron sino convertirme en un auténtico experto en previsiones, partes meteorológicos, webs del tiempo, vírgenes que se ocupan de estos temas, etc.

Hay que tener en cuenta que lo que había leído de la edición del 2013 de este triatlón era, básicamente, que hizo malísimo y fue un “infierno”. Sólo en el sector de natación hubo más de 100 retirados por hipotermia, que tuvieron que ser sacados en zodiacs de la Cruz Roja… ¡tranquilizador!

Según se aproximaba el día D, el sábado, todo apuntaba a que en Bilbao iba a hacer una temperatura de 15-16ºC y lluvias ligeras por la tarde, a la hora de la bici. Lo perfecto para entrar en calor después de nadar en un agua helada.

Sin embargo, en todo momento tuve un montón de ánimos y palabras tranquilizadoras de los míos. Por ejemplo, el viernes, antes de viajar a Santander, tuve una llamada telefónica de mi padre que fue más o menos así:

-Yo: ¿Sí?
-Mi padre: Se suspende el triatlón.
-Yo: ¿¿En serio?? ¿Por?
-Mi padre: Aquí está todo nevado. Estoy viendo ahora mismo nieve en los montes al otro lado de la Bahía.
-Yo: Pero… ¿has oído en algún sitio que se suspende?
-Mi padre: No, no. Pero digo yo que se suspenda, ¿no? ¿cómo os vais a meter a nadar?
-Yo: …, ah, vale, vale… jajaja.

Ahora en serio, agradezco mucho  lo que se preocuparon todos por mí. Y también lo siento, porque yo fui el causante. Pero bueno, en realidad el más preocupado era yo, y en todo momento les dejé claro que aunque tenía muchas ganas de participar e intentar terminar, yo iba a ser el primero en no hacer el tonto, y si veía que la cosa estaba fea, o lo pasaba muy mal, me retiraría y otra vez sería.


Sábado 24 de Mayo de 2014


Me levanto a las 7:00 para desayunar fuerte y poder volver a “desayunar” a las 10:30, tres horas antes de la carrera.

Mientras hago la digestión termino de hacer la mochila con todo el material, tratando de que no se me olvide nada. Me despido de mis padres. Van a venir a verme, pero saldrán más tarde de Santander junto con mis hermanas. Elsa y yo salimos muy pronto porque tengo que encontrar el sitio, aparcar, recoger el dorsal, enterarme un poco de cómo es aquello, comer, hacer el control de material para entrar a boxes, etc. Y quiero hacerlo relajado que bastantes nervios tengo sólo con el tema deportivo.

Ponemos el navegador en el coche, marcamos Paseo del Arenal número 1, y salimos para Bilbao. El viaje de 1h y poco se pasa volando mientras tratamos de imaginarnos qué es lo que me espera, sobre todo en lo referente a la meteorología.

Al llegar a Bilbao nos hacemos un poco de lío por las calles del casco viejo hasta que cruzamos un puente y nos encontramos de frente con el cartelito del “Parking del Paseo del Arenal”, que es precisamente el que me había recomendado la gente de la organización. El parking es enorme y hay un montón de plazas libres, por lo que aparcamos a la primera. Salimos por las escaleras que quedan pegadas a nuestro coche y… estamos en boxes, literal. El parking está justo debajo de la zona de boxes, pegado a la ría, a la meta, etc. Es decir, más cómodo imposible.

En ese momento están terminando de colocar las alfombras en los pasillos de boxes.


Nos dirigimos al camión donde se reparten los dorsales. Miro la lista de inscritos y tengo el número 364. También echamos un vistazo a unos cartelitos en los que explican los recorridos, los sitios desde donde el público puede seguir la carrera, la tabla de mareas -donde veo que la pleamar es a las 14:15, por lo que en la salida tendremos la corriente en contra-, y la temperatura del agua medida el día anterior: 15,4ºC. Creo que es muy fría, pero la verdad es que no sé a qué temperatura nadé el fin de semana anterior en Santander…

Me voy donde están unas chicas de la organización, les enseño mi DNI y me entregan la bolsa con el dorsal, las pegatinas -para la bici y el casco-, y algún regalo: camiseta, medias compresoras, revistas, etc.


Una vez con todo en mi poder, a falta de que abran los boxes, Elsa y yo decidimos dar un paseo junto a la ría. Hace bastante fresco y está nublado, por lo que sigo preocupado. Pasamos por la pasarela de Calatrava, llegamos hasta el Guggenheim, cruzamos por otro puente y volvemos poco a poco hacia la zona de boxes.


Antes de llegar nos sentamos en un banco a comer. No tengo nada de hambre pero sé que tengo que hacer un esfuerzo porque luego voy a necesitarlo. Me he traido un tupper con arroz, tomate y atún. Espartano, pero fiable. De postre un plátano y bastante líquido.

Al volver hacia boxes sobre las 11:00, por una de las escaleras del parking, aparece de repente toda mi familia. Han venido mis padres, mis hermanas y mi sobrino Javierito que nos mira sonriente como si fuera tan normal encontrarnos así.

Nos saludamos, les agradezco que hayan venido a verme y mi madre me da un termo con colacao caliente que voy a dejar en boxes por si lo necesito después de la natación -¡madre no hay más que una!-. Nos despedimos “hasta dentro de un rato” y me voy al coche a coger la mochila y la bici para pasar el control de material. Ellos mientras tanto se van a dar una vuelta por el casco viejo de Bilbao porque queda mucho hasta las 13:30 que es la salida.


Hago la pequeña cola que hay en la entrada de boxes, me revisan la bici, el casco, y verifican mi DNI. Me pintan mi número de dorsal en el brazo y en la pierna con un rotulador permanente. Después nos entregan los chips que tendremos que llevar en el tobillo.


Me dirijo a mi puesto, coloco la bici colgada por el sillín. Dejo las zapatillas enganchadas en los pedales, el casco y el dorsal sobre el manillar y las gafas de sol dentro del casco. En la caja de plástico que hay en el suelo pongo el resto de material que necesitaré en la bici y la carrera. Esta vez son muchas más cosas que en los anteriores triatlones que había hecho: las zapatillas de correr, una toalla pequeña para secarme si voy muy frío, una camiseta que me pondré después de la natación para ir con ella seca, una chaqueta de abrigo de ciclismo, calcetines, el termo, un bidón de bici abierto donde echaré el colacao caliente…

Por megafonía escucho que es obligatorio dejar todo el material de la caja dentro de una bolsa de plástico que nos han facilitado. Me agobio sólo de pensar en el follón que me puedo hacer al llegar acelerado del agua y tratar de sacar todas las cosas de la bolsa. Opto por una solución “intermedia” consistente en dejar todo como lo tengo colocado en la caja y poner la bolsa por encima tapándolo.

Compruebo un par de veces el camino que haré al salir del agua y tomo referencias para no equivocarme de pasillo y encontrar rápido mi puesto. Empiezo a hablar con mi vecino de Box, me dice que se llama Samuel y que vive en Madrid, en Boadilla. Después de las típicas bromas nos deseamos suerte y le digo que espero que nos veamos tras cruzar la meta.


Salgo con la mochila y el material de la natación -neopreno, gafas, gorro neopreno y gorro con número de dorsal de la organización- y me reúno con Elsa. Me dice que está muy nerviosa y que incluso le duele el estómago por los nervios. La tranquilizo diciéndole que no se preocupe, que esto no es la guerra, y que si el agua está muy fría o me encuentro mal, me retiro y ya está. Yo, curiosamente, no estoy nada nervioso, es más, tengo una sensación extrañísima que nunca he tenido antes de una competición… estoy preparando todo y cada vez falta menos para la salida pero mentalmente es como si no lo fuera a hacer yo. Todavía lo veo como algo “muy lejano” cuando en realidad falta muy poco. No sé muy bien, pero creo que se debe a que no me autoimpongo ninguna presión. Al ser algo totalmente nuevo para mí no sé exactamente lo que me voy a encontrar, ni voy pensando en que me gustaría hacer determinada marca, ni nada. El caso es que estoy muy tranquilo. Y mejor así.

Hora de ponerse el neopreno. Pido un poco de vaselina a dos chicas que la tienen en la mano y veo que se quedan con cara de pasmadas, sin decirme nada y sin ofrecérmela. Vale, son guiris, les pregunto cómo llaman en inglés “that cream” y me dicen que “oil” o “vaseline”… pues eso, lo que os estaba diciendo, vaselina. Me unto bien el cuello, me cierro el neopreno y les doy las gracias.

Vemos a mi familia que está de vuelta de su paseo y me preguntan qué tal va todo. Les digo que bien, que parece que ya no me libro de esto, y que en lugar de cruzar la ría a nado voy a pasar por el puente hasta el pantalán que está más cerca de las boyas de salida. Así me ahorro tiempo de enfriamiento. Nos despedimos y me desean suerte.

Elsa me acompaña al otro lado de la ría, donde está el pantalán. La mayoría de triatletas no pasa por el puente, baja a la ría por unas escaleras y cruza nadando hasta el lugar de la salida.

Muchos ya están “calentando” dando brazadas. Yo sigo tranquilo y sin meterme al agua.  Es más, decido ver desde la barandilla donde está el público la salida de las chicas que salen sólo 5 minutos antes que nosotros.


Después de eso ya muchos empiezan a colocarse en línea entre las boyas que marcan la salida. Creo que ya no puedo retrasarlo más y me despido de Elsa. Me desea suerte, me comenta que intentará seguirme por la orilla izquierda y le digo que nos vemos “para la cena”.

Creo que bajo al pantalán el último. Sólo hay un par de tíos sentados con los pies en el agua.


Me pongo el gorro de neopreno, las gafas y encima el gorro naranja con el dorsal. Me siento en el pantalán para tocar por primera vez el agua a ver qué impresión me da. Bueno, no es mala del todo, los pies no me duelen de momento. Veo a la gente ya muy colocada para la salida y me zambullo aguatando la respiración…

Saco la cabeza y… ¿qué? ¿pero esto qué es? ¡no la noto fría! ¡está “mucho” más caliente que la de la playa de Santander la semana pasada! ¿Tanto miedo para esto? ¡Eres un cagueta Miguel!

El no sentir frío me anima muchísimo porque sé que uno de mis mayores handicaps, si no el que más, ya no “entra en juego”. Me sube la moral muchísimo. Es más, decido que no quiero salir tan atrás en plan conservador. Voy pidiendo permiso y adelantando poco a poco y me dejan pasar, nadie se molesta. Al fin y al cabo cada uno, excepto los 20 primeros quizás, vamos a hacer nuestra propia guerra y a pelear contra nosotros mismos. Aunque avanzo mucho decido no ponerme en la parte izquierda, en teoría la más rápida -al verse menos afectada por la corriente en contra-, porque también será la más concurrida.


Me agarro a una de las tablas de paddle sup que se ponen en perpendicular para marcar la línea de salida. Estamos bastante más atrás que los que están en la parte izquierda, pero tampoco me preocupa. Confío en nadar con “agua limpia” y con eso me conformo. Pasan unos segundos que me parecen horas. Ahora ya sí siento los nervios normales pre-competición. Tengo las pulsaciones disparadas. Miro al infinito, respiro hondo y me concentro tratando de aislarme de todo el follón que hay a mi alrededor.


¡¡¡MEEEEEC!!!


Sin previo aviso suena la bocina y, como podemos, apartamos una tabla que se ha quedado atravesada y no nos deja avanzar. Antes de meter la cabeza en el agua para empezar a nadar puedo ver como todo el mundo ha empezado a dar brazadas frenéticas levantando muchísimo agua.


Salgo con unas brazadas fuertes pero no al 100%, me reservo que esto es muy largo. A la izquierda, por el lado que respiro, llevo a un chico que va exactamente al mismo ritmo que yo. Voy echando vistazos hacia adelante y parece que los dos vamos bastante rectos, bien. Los primeros metros voy un poco con el temor de que desde atrás venga “una masa” enorme de gente que nade más rápido que yo y me pase por encima. Pero no, parece que los rápidos no se han puesto detrás de mí. Evidente.


Al ir a un ritmo similar a todos los que llevo alrededor hace que no me agobie ni decida tratar de acelerar más. Voy cómodo.


Cuando llevamos unos 300-400m, por la derecha empiezo a notar a alguien que primero me toca un par de veces los pies, después la espalda y para terminar me da un codazo en la cabeza. Respiro unas brazadas hacia la derecha para poder verle. No tiene a nadie agobiándole por el otro lado, es simplemente que se tuerce contra mí. Empiezo a nadar con los brazos un poco más abiertos, a lo “molinillo”, para hacerme hueco y parece que nos “colocamos” todos bien otra vez.


Poco a poco, a medida que el grupo se va estirando y se van abriendo huecos, vamos metiéndonos hacia la orilla izquierda. Intento fijarme en cada respiración en el público que hay por la barandilla del paseo. Es difícil, pero creo estar seguro de que Elsa no está por ahí. Pienso que me habrá perdido de vista y le habrá resultado imposible volver a localizarme. Somos todos gorros naranjas y mangas negras… me da un poco de pena por ella.


Seguimos nadando a ritmo constante y no me exijo demasiado. Voy concentrado en respirar bien y en nadar lo mejor posible. Veo que por delante, a pocos metros, llevo a uno. Acelero un poco, le alcanzo y me pongo justo detrás de él -“a sus pies”, en el argot- donde se supone que se nada con menos esfuerzo. El ritmo es perfecto, no tengo ni que forzar para seguirle ni aflojar para no tocarle. Así avanzo bastantes metros.

Pasamos bajo un puente, creo que el paso peatonal de Calatrava, y se ve a mucha gente animando desde arriba. Impresiona y emociona.


Otra vez siento que por la derecha me “presionan” y yo tengo a uno a mi izquierda por lo que no puedo apartarme. De nuevo vuelvo a bracear y dar más patadas de lo normal para marcar mi “territorio”. No llegamos a tocarnos, supongo que el sonido de mis chapoteos le haya alertado. Seguimos nadando en “formación” bastante “organizada” y limpia.

Al sacar la cabeza para mirar de frente y comprobar el rumbo, veo que ya estamos cerca de las dos boyas donde hay que dar la vuelta. Me sorprende, se me ha hecho muy corto este primer largo. Voy preparándome mentalmente para la posible “guerra” que se formará al girar en las boyas. Trato de relajarme para que no me suban más las pulsaciones. Según me voy acercando saco la cabeza más a menudo para pegarme bien a la boya y ver el lío que se va formando por delante. Paso totalmente pegado a la primera boya, sin golpes ni grandes atascos, toco con los pies la cuerda que la sujeta al fondo. En el pequeño tramo que hay entre la primera y la segunda boya sí hay un pequeño tumulto y todos tenemos que frenar. Nado con la cabeza fuera todo el rato mientras toco con mis manos los pies del que llevo delante. Por fin giro en la segunda boya y enfilo el largo de vuelta.


Me da la impresión de que la gente acelera y yo lo hago también. El que llevo a mi izquierda y yo “peleamos” un poco por situarnos detrás del que nos precede. Nadamos muy pegados pero de forma acompasada por lo que no llegamos a molestarnos.

Me encuentro un poco alto de pulsaciones, o bien vamos a un ritmo más alto, o bien empiezo a estar cansado. Aun así no voy sufriendo, tengo margen. Nadamos muy pegados a la orilla izquierda por lo que en cada brazada, al sacar la cabeza para respirar, puedo fijarme en la gran cantidad de público que hay animando. ¡Menudo ambientazo! Nunca había nadado en un triatlón sintiéndome tan “acompañado” durante toda la natación. Incluso se escuchan los ánimos y aplausos que nos dan. En unas escaleras de piedra que bajan hasta el agua veo a un chico acuclillado que nos hace fotos a unos escasos dos o tres metros.

Seguimos muy pegados a la izquierda, en fila y a estas alturas todos bastante bien colocados según nuestro ritmo, por lo que no hay apenas toques entre nosotros. Cada uno va en su sitio.

Justo antes de meterme en la sombra de un gran puente que pasamos por debajo, de repente, escucho: “sí, sí, es él… ¡Migue! ¡Migue! ¡vamos que vas muy bien!”. Me sorprende y me parece increíble pero ¡es mi madre que me ha reconocido entre los cientos de gorros naranjas que nadamos en la ría!. También escucho a mis hermanas animarme. No puedo evitar parar un momento y sacar las dos manos para saludarles mientras les sonrío.

El alegrón que me han dado, y que sé que ya va quedando menos, hace que intente acelerar el ritmo.


Miro hacia adelante y ya veo la recta donde están las escaleras de salida y los boxes. Me entra un poco la ansiedad, tengo ganas de terminar, y eso hace que los últimos metros se me hagan un poco más largos. Paso unas escaleras que están cerradas con una valla amarilla y sé que la siguiente es por la que salimos. Escasos 50 metros. Veo que hay algo de “cola” y tumulto para subir por las escaleras.


Sigo nadando muy pegado a los que llevo alrededor hasta que con las manos toco las escaleras. Toco en la espalda, sin empujarle, al que llevo delante. Al poner los pies en las escaleras noto que alguien me empuja por la izquierda tirándome hacia la derecha. Miro con cara de mala leche y… ¡no tengo nadie a mi izquierda! Soy yo sólo que me mareo y pierdo el equilibrio al recuperar la verticalidad después de tanto tiempo en el agua. Un miembro de la organización que está en las escaleras y el que llevo detrás, amablemente, me agarran hasta que mi cabeza se asienta y dejo de tambalearme. Los competidores son respetuosos y saben que perder 1 o 2 segundos en salir del agua no supone nada. Me gusta el ambiente.


Empiezo a correr escaleras arriba mientras me quito las gafas.


Nada más llegar arriba pasamos por una ducha pulverizada que, junto con lo “sonado” que voy, hace que me desoriente un poco. Me empiezo a quitar el neopreno y me lo bajo hasta la cintura.


Según corremos hacia boxes unos chicos nos dan botellines de agua. Yo cojo uno pero apenas puedo beber porque llevo la respiración muy agitada.

¡Llego a boxes tan acelerado que dudo incluso del pasillo donde estaba mi bici! Afortunadamente acierto el color de la alfombra y corro por ella mientras miro las referencias que había cogido por la mañana para encontrar mi número. Me alegra comprobar que hay muchísimas bicis todavía en boxes, bastantes más de las que faltan. Eso es buena señal, quiere decir que no me ha salido una mala natación. Llego hasta mi bici y casi me paso de largo porque me cuesta reconocerla… trato de tranquilizarme, me digo mentalmente “venga Miguel, con calma que no hay prisa y tienes muchas cosas que hacer ahora”.

Decido sentarme en el suelo para quitarme cómodo el neopreno, pero se me hace un gurruño tremendo con las perneras y me cuesta muchísimo sacármelo de los pies. Me seco un poco con la toalla, me pongo la camiseta, la chaqueta de ciclismo, el dorsal, los calcetines, el casco y las gafas todo lo rápido que puedo. En ese momento llega Samuel, mi vecino de box, y nos saludamos con la cabeza. Veo el termo pero como no tengo frío decido no beber nada para no perder más tiempo todavía. Justo antes de descolgar la bici miro el reloj y veo una pantalla muy rara… mis neuronas sorprendentemente conectan entre sí y me doy cuenta que al salir del agua, en lugar de dar al botón “lap” para cambiar de deporte, di al “start/stop” y he parado el cronómetro. Vuelvo a ponerlo en marcha y pienso que no es grave, sólo he perdido el tiempo de transición -¡aunque en mi caso debe ser un tiempo bastante largo!-.

Salgo corriendo con la bici hacia la salida de boxes que está repleta de gente animando. Entre los fotógrafos reconozco a mi padre que me da unos gritos de ánimo “¡Vas muy bien Miguel!”. Me alegra verle, le saludo con la mano.


La línea para montarse está bastante distante de boxes y hay que correr por un pasillo de público impresionante.

Me tengo que concentrar rápido al llegar junto al juez que marca la línea. El que tengo delante, al intentar subirse, pega un tumbo hacia la derecha y me cierra un poco. Le esquivo rápido y, aunque no he practicado desde el año pasado lo de montarme en la bici y meter los pies en las zapatillas fijadas en los pedales, lo consigo sin problemas.

Me encuentro a mi madre, mis hermanas, Javierito y, por fin, también veo a Elsa. Me gritan y les doy las gracias con una gran sonrisa. Cuando les dejo atrás no puedo evitar pensar fugazmente cuánto tiempo voy a tardar en volver a verles…


Respiro hondo y me mentalizo, “vamos a por el siguiente objetivo, ¡los 90Km de bici!”. Me lo tomo casi como un objetivo independiente. Para mí hacer 90Km y subir 3 puertos es ya más que suficiente por sí sólo…


Nada más empezar a dar pedales paso junto al ayuntamiento, y una vez pasado éste, me encuentro con una rampa bastante considerable. Cambio los piñones y me pongo de pie para subir por una carretera con mucha pendiente y un par de curvas en herradura. Tenemos un carril cerrado para la competición y, desde los coches que están parados en los otros, la gente nos mira y nos anima. Voy alto de pulsaciones pero sé que es una subida corta y decido seguir fuerte.

Al llegar al alto empiezo una bajadita en la que meto el plato grande, bajo piñones y me coloco por primera vez apoyado sobre los acoples en posición aerodinámica. Vamos bastantes ciclistas muy próximos unos de otros, pero yo tengo claro que no voy a hacer ni el amago de ponerme detrás de alguien ya que no está permitido y además quiero hacer un “half” de verdad. Todo el mundo a mi alrededor se comporta de forma legal.

Tengo 16Km de llano hasta la primera subida importante. Lo tengo anotado en una “chuleta” pegada en la potencia del manillar. Es una forma fácil de ver el perfil, dónde empiezan las subidas, donde terminan las bajadas, donde están los avituallamientos, etc.


Miro el reloj y voy a más de 35Km/h lo cual, para mí, está muy bien. Sin embargo, me adelantan algunos que parece que van en moto. Me da envidia verlos en sus “cabras”, con sus cascos aerodinámicos y demás… pero sé que eso es accesorio, en una bici de paseo también me adelantarían. Lo que realmente me da envidia, sana, son las piernazas que tienen y la facilidad con la que mueven el desarrollo. No me desmoralizo en absoluto, antes de empezar ya era plenamente consciente de que en la bici iba a tener que ir a mi ritmo, sin fijarme mucho en los demás.


Aprovecho para empezar a comer y beber. Aunque no siento hambre, sé que me hará falta más tarde. Abro la bolsita que llevo sobre la barra horizontal del cuadro y saco la primera “barrita-carajito” de miel y almendras que me ha horneado Elsa para la ocasión. Riquísima, aunque me resulta un poco difícil comerla porque voy con la respiración agitada y tengo que respirar y masticar a la vez.

Me adelanta Samuel como un tiro y me saluda con un “¡vamos Miguel!”. Pasamos unas rotondas donde los policías cortan el tráfico y nos señalizan  por donde sigue el recorrido. En realidad no es necesario porque está perfectamente marcado con conos naranjas.

Al otro lado de la mediana, en dirección contraria, empiezo a ver a bastantes ciclistas que ya están volviendo. Yo todavía sigo un rato acoplado y concentrado en dar pedales con bastante cadencia.


Unos metros antes de llegar a una rotonda ya me doy cuenta de que es donde todos dan la vuelta. Al llegar los que me preceden frenan bastante antes de girar. Trazo la rotonda lo mejor posible y esquivo un charco que hay en mitad de ella para evitar sustos.

Miro el reloj y veo que llevo 15Km, solo falta uno y medio para empezar la primera subida al puerto del Vivero. El terreno es un falso llano favorable en el que acelero todo lo que puedo.

Un hombre de la organización, vestido de amarillo fosforito, nos marca el desvío por el que tenemos que meternos para coger la subida al Vivero. Nada más girar a la derecha me encuentro, directamente, con una primera rampa bastante dura. Cambio rápidamente al plato pequeño y me pongo de pie para intentar aprovechar la inercia que llevo.

Sé que las primeras rampas del puerto son las más duras, con un 12-14% de desnivel, por lo que pongo un piñón bastante grande y trato de subir tranquilo, sentado y con cadencia. Me adelantan algunos que suben bastante fuerte pero yo sigo a lo mío. A pesar de no cebarme voy alto de pulsaciones y se me hace duro. Me pongo de pie para tomar una curva muy cerrada a la derecha. Tiene mucho desnivel y la cojo lo más abierto posible para no pasar por la “pared” que tiene por el interior.

Consulto de nuevo la “chuleta” del perfil y me respondo mentalmente: “sí Miguel, sí, no se ha acortado la subida, son 7Km hasta arriba”. Por las cunetas hay gente animando lo que me ayuda mucho. Intento dar las gracias, inclinando la cabeza o levantando la mano, a todos los que me dicen palabras de ánimo o me aplauden.

Empiezo a tener un calor tremendo, la chaqueta de invierno que me he puesto me está asando. Y además, para rematarlo, está saliendo un poco de “resolillo” entre las nubes. Los pensamientos negativos me invaden: “si no hubieras sido tan cagao con la temperatura del agua y el día que hacía, ahora irías mucho mejor”, “verás la deshidratación que te espera”. Me abro la cremallera de la chaqueta completamente, e intento dejar de lamentarme y mantener el ritmo. Alterno el ir sentado con ponerme de pie para no cargar siempre los músculos de la misma forma.


Subimos entre árboles. Me alegra ver como voy pasando los cartelitos con los puntos kilométricos de la carretera ya que coinciden con los kilómetros que llevamos de ascensión. Intento ir a un ritmo constante, no forzando a tope, pero tampoco relajándome. No me hace falta mirar el pulsómetro, me conozco bien y sé hasta que ritmo e intensidad de respiración es un ritmo asumible a largo plazo para mí.

En una larga recta que sigue con buena pendiente me encuentro con mucho público y con el primer puesto de avituallamiento. Me da un alegrón importante porque a estas alturas llevo la boca muy reseca. Cojo un botellín de bebida isotónica, le doy unos tragos cortos tratando de no asfixiarme, y lo pongo en el portabidones que tengo libre donde “baila” un poco pero no se cae.

Poco después de pasar el avituallamiento la carretera se pone llana… ¡qué alivio volver a coger un poco de velocidad y soltar algo las piernas!

La gente que llevo alrededor aprovecha para comer y beber y se vuelven a oír algunas conversaciones o palabras de ánimo entre los corredores. Durante la subida se ve que no había “fuelle” para ello. Me alegra comprobar que, aunque vamos cerca unos de otros y no vamos muy rápido, la gente sigue comportándose de forma legal y no veo a nadie cogiendo ruedas.

El descanso dura muy poco, de nuevo empiezan las rampas. Yo ya sabía que el puerto no había acabado porque lo tenía apuntado en mi “chuleta” -empollon…-, pero a uno que tengo cerca le sorprende y se queja “¿pero esto no había terminado ya?”. Le digo que sólo falta 1Km para llegar arriba y él me responde abriendo mucho los ojos y resoplando.

Las últimas rampas las subo de pie tratando de lanzar la bici moviéndola de lado a lado. Este tramo lo comparto, a cierta distancia, con otros dos que van al mismo ritmo que yo.

Después de un último esfuerzo corono, por fin, el puerto. Voy sólo 25 de los 90Km y me parece que ya llevo una etapa del Tour encima. Pongo el plato grande y un piñón pequeño y empiezo a coger velocidad. Sigo de lejos a mis “compañeros del último tramo” y eso me ayuda a ver cuánto frenan ellos antes de las curvas, y así saber lo que me espera. No tengo ni idea de cómo es el descenso. Tengo cierto respeto a “pasarme de frenada” en alguna curva pero, cuando llevo un par de kilómetros de bajada, me doy cuenta de que la carretera es muy buena y no tiene curvas demasiado cerradas. En una recta larga me adelanta, poco a poco, otro competidor y me desespero al ver que él va sin dar pedales y ¡yo voy dando pedales como loco! Le veo grande por lo que pienso que el “lastre” que ha tenido que subir hace un rato ahora le está echando una mano para descansar en la bajada.

Llegamos a un pueblecito donde la carretera pierde pendiente. A ambos lados hay muchísima gente animando. Da gusto, es espectacular, te hace sentir que estás haciendo algo “grande”. Me emociona ver que la gente valora el esfuerzo que estamos haciendo. Al igual que en la subida, trato de agradecer con gestos sus ánimos.

La carretera se ensancha y vuelve a coger pendiente. Ruedo sin ver a nadie por delante. Voy con todo el desarrollo metido y no me dan las piernas para pedalear tan rápido. Al acercarme a una rotonda dudo si tengo que seguir de frente o girar a la derecha… cuando he cambiado el agarre a la parte alta del manillar, y estoy a punto de empezar a frenar, aparece uno de la organización que da la sensación de que ha tenido una “urgencia” y me hace señas para que gire a mi derecha. No hay problema, no he perdido nada de tiempo. Vuelvo a ver a gente por delante y me esfuerzo para acercarme algo y que me sirvan de referencia.

En dirección contraria empiezo a ver a la gente que ya está “de vuelta” subiendo el segundo alto del circuito. Es una subida mucho más corta, no se sube todo lo que hemos bajado, pero pese a ello se puede ver el esfuerzo en sus caras.

Después de un rato más bajando, con todo el desarrollo metido y dando pedales “a lo molinillo”, llego a una rotonda pequeña en la que hay que dar la vuelta. Nada más girar empiezo a subir. Me encuentro “fresco” y descansado y decido subir rápido ya que sé que son “solo” 4 o 5Km. Subo la mayor parte del tiempo de pie y tratando de pedalear con buena cadencia. Adelanto a un par de triatletas a los que parece que los kilómetros les van pesando. Poco después se pone a mi altura una moto con un juez de la organización, lo cual me sorprende, y le dice a uno que se me había pegado a rueda que se separe o le sanciona. Él se queja diciendo que subiendo no le ayuda nada. El juez insiste y se separa.

Me encuentro con el segundo avituallamiento donde veo que reparten bidones. Aunque voy despacio me resulta un poco difícil cogerlo porque llevo un piñón demasiado pequeño y tengo que tirar del manillar para subir. Intento recuperar un poco el aliento antes de beber. Es bebida isotónica con sabor a fresa. Demasiado dulce para mi gusto, pero se ve que la necesito porque me bebo más de la mitad del bidón de un par de tragos.

Llego a la rotonda donde estuve a punto de equivocarme de camino en la bajada y nos desvían hacia la derecha. Empieza un descenso corto, de unos 4Km según veo en el perfil, y muy muy rápido. Bajamos por un carril de una autovía cerrado para nosotros y voy tan rápido que me quedo sin desarrollo. Aprovecho para ponerme en una posición lo más aerodinámica posible, sin dar pedales, para descansar.

Tras el descenso llego de nuevo al tramo llano que hicimos al comienzo. Llevo un poco más de la mitad del recorrido y me encuentro algo cansado pero trato de animarme pensando “por partes”. El objetivo inmediato se trata simplemente de terminar la bici y lo que viene después, que no es poco, se verá después.

Me pongo sobre los acoples y aprovecho para comerme un par de barritas caseras. Trato de ir con una cadencia alta para no machacarme demasiado muscularmente. Esta vez, a diferencia de la primera pasada, ya no me adelanta gente. Vamos todos más o menos colocados y por delante veo “culos” que ya me suenan de hace un rato. Al haber menos distracciones voy concentrado en mi pedaleo, en mantener una posición aerodinámica y en mi respiración.


Cuando llegamos a una rotonda me sorprende que el que me precede, en lugar de seguir recto tal y como marcan los conos, empieza a dar la vuelta. Un miembro de la organización le avisa gritando que ese no es el camino mientras agita una banderita. El triatleta, al darse cuenta de su error, da la vuelta completa a la rotonda mientras empieza a gritar que menuda organización, que le han señalado mal el camino y algún improperio más. Al pasar junto al de la organización le hago un gesto como diciendo que “ni caso”. Pienso que se habrá confundido a causa del cansancio, porque la verdad es que está bien marcado y ¡es la segunda vez que pasamos por aquí!

Llego al giro de 180º, doy la vuelta y encaro el último tramo llano. Miro el reloj, llevo casi 60Km, e intento animarme mentalmente “¡vamos Miguel, dos tercios de la bici hechos!”. Aprovecho para comer la última barrita que me queda y dar unos buenos tragos de bebida isotónica. Me voy mentalizando para la segunda, y afortunadamente última, subida al Vivero.

De nuevo cojo el desvío a la derecha y me encuentro con las duras primeras rampas. No estoy para muchos alardes, meto todo el desarrollo posible y me siento intentado llevar una pedalada suelta. Me empiezo a encontrar muy cansado, desde el principio del puerto noto que las piernas no van igual y que me va a costar subir mucho más que la primera vez. Los pensamientos negativos aparecen y éstos se agudizan cuando me adelantan dos triatletas a un ritmo que me parece inalcanzable. Vuelvo a tener calor, vuelvo a ir muy incómodo y los cuadriceps no responden.

Prefiero no mirar hacia arriba porque la subida parece interminable. Voy mirando la carretera que pasa lentamente bajo mi rueda delantera intentando encontrar un ritmo apropiado para los 7Km que tengo por delante. Ojeo el reloj cada poco tiempo como si así los kilómetros fuesen a pasar más rápido.


En ese momento, como lo estoy pasando muy mal, me abstraigo totalmente y empiezo a pensar en mi familia. Estarán esperándome junto a boxes. Me imagino llegando a meta, ellos animándome… me emociono tontamente, se me llegan a humedecer los ojos. Sacudo la cabeza, me enfado conmigo mismo y, volviendo a la realidad, pienso: “céntrate que todavía falta mucho para eso, ¡hay que terminar de subir este puerto y después correr 21Km!”.

Sigo avanzando despacio, cada cartelito de los kilómetros que alcanzo me lo tomo como una “meta volante”. Por delante veo a otros que también lo están pasando mal. Alguno incluso da “eses” cuando la carretera se pone peor. El público nos sigue animando como la primera vez. Es más, yo creo que como nos ven pasarlo mal nos animan más todavía. Nos gritan “¡venga, que ya está hecho!”, “¡ya lo tenéis chavales!” y cosas así. Es muy de agradecer.

Por fin llego al avituallamiento que está justo antes del descanso. Me ofrecen pastelitos que no me apetecen nada y bebida isotónica que sí cojo.

Llego al descanso, acelero y aprovecho para soltar un poco las piernas antes de encarar el último kilómetro de subida. He alcanzado a dos que tienen pinta de tener muchas ganas de bajarse de la bici. Seguramente ellos me vean igual. Esta última parte la subo más rápido, alternando tramos sentado con tramos poniéndome de pie con un piñón algo más pequeño.

Corono y por primera vez empiezo a pensar en que voy a poder con la bici. Recupero un poco la moral. Meto el plato grande y esta vez, como ya sé que el descenso no tiene curvas malas, me agarro al acople e intento bajar lo más rápido posible. Voy con mucha cadencia y sin hacer demasiada fuerza. ¡He “resucitado” mentalmente y ahora ya estoy pensando en las condiciones en que voy a correr al bajarme de la bici!

Pasamos por los mismos pueblecitos que la primera vez y siguen llenos de gente aplaudiendo. El descenso es muy rápido y, sin demasiado tiempo para pensar, llego a la rotonda donde hay que dar la vuelta. Giro 180º y empiezo a subir de nuevo. Me encuentro cansado pero el ver el final de la bici tan cercano me da fuerzas. Paso por el último avituallamiento y decido no coger nada para no perder tiempo y porque además todavía me queda suficiente bebida.

Voy a pocos metros de otros dos triatletas y me los tomo como una referencia para los últimos kilómetros. Nos desvían y empezamos un descenso pronunciado por una carretera por la que no habíamos pasado. Doy a los pedales todo lo rápido que puedo pero sin hacer demasiada fuerza para soltar y preparar las piernas para la inminente carrera.

Llegamos a Bilbao, paso bajo un túnel y me meto por una calles estrechas y con giros de 90º que supongo que nos dirijan al paseo de la ría. Adelanto a otro competidor que ha bajado el ritmo para comer algo a última hora. Paso por una rotonda donde ya hay bastante gente animando y llego, ¡al fin!, al paseo que discurre junto a la ría. Aprovecho este último tramo completamente llano para rodar acoplado y disfrutar del ambiente. Por el carril bici que va por la acera que me queda a la derecha ya veo a triatletas haciendo el segmento de la carrera a pie… me desanima un poco porque me muestra la dura realidad: hay mucha gente que me ha sacado una auténtica minutada en la bicicleta. Aun así soy consciente de que también llevo gente por detrás y que antes de empezar ya sabía a qué venía… a terminar mi primer medio ironman, y en eso estoy. Miro el reloj y veo que llevo 3 horas y 2 minutos en bici. Me sorprende y pienso que “¡no está nada mal Miguel, mejor de lo que esperabas!”.

Saco los pies de las zapatillas y continúo dando pedales pisando sobre ellas. Al llegar al pasillo de gente por el que se entra a boxes recibo muchísimos ánimos y aplausos y no paro de agradecerlo. Un poco antes de llegar al juez que marca la línea donde hay que bajarse de la bici, me pongo de pie sobre el pedal izquierdo y, justo al llegar a su altura, me bajo y empiezo a correr sujetando la bici por el sillín.


Me quito las gafas de sol y trato de ponérmelas en el casco pero, con los botes que voy dando al correr, no acierto a meter las patillas por los agujeros. Justo en ese momento me encuentro con mi afición, ¡qué alegría volver a verlos después de tanto tiempo y tanto sufrimiento! Me dan muchos gritos de ánimo y yo les sonrío feliz. Un gran “chute” de energía y motivación, muy necesario a estas alturas de la competición.


Entro en boxes corriendo rápido por la alfombra. Sigo a gente que llevo delante y veo que hay que hacer la “compensación” pasando los boxes de largo y luego dar la vuelta. Esta vez sí encuentro mi puesto a la primera. Cuelgo la bici de la barra, me quito el casco y la chaqueta y los dejo en la caja del suelo. Cojo las zapatillas de correr y me las pongo en un segundo gracias a los cordones elásticos. Tras un instante de duda -¡hay que estar más centrado antes de la carrera y estudiarse bien los recorridos y cómo se circula en boxes!- me dirijo hacia la salida que me indica un juez.

Empiezo a correr a pasitos cortos a ver si se empiezan a “activar” las piernas para la carrera…


Justo cuando voy a salir de boxes me encuentro de frente con mi padre haciendo fotos.


Le saludo con la mano porque voy demasiado alto de pulsaciones como para decir nada. Poco después, en un giro muy cerrado, me encuentro con el resto de mi “afición” a los que también saludo y sonrío.


El recorrido son tres vueltas de 7Km. Algo más monótono que si fuera a una sóla vuelta pero con la ventaja de que ves a la familia, la afición, más veces. Yo, en este caso, lo prefiero cláramente…


Adelanto a uno que ha salido conmigo de boxes y nada más dejarle atrás, al quedarme sólo, es cuando realmente empiezo a analizarme para ver cómo voy a tener que plantearme los 21Km. Me encuentro cansado, pero estoy menos machacado de piernas de lo que me esperaba. No tengo fuerza para dar grandes zancadas pero sí consigo mantener un ritmo aceptable a base de cadencia.

Cruzo un puente, giro a la derecha y llego al paseo que discurre por el otro lado de la ría. Empiezo a adelantar a algunos que, por lo que veo, van más cansados que yo.


Al llegar al primero de los avituallamientos escucho a los voluntarios gritando como en un mercadillo: “¡isotónica, cocacola, agua!”. Cojo un vaso sin saber de qué es, lo pruebo y… agua. Vaya, es lo que menos me apetecía. Me tiro el resto por encima para refrescarme.

Me alcanza un señor algo mayor, de cuerpo menudo, y que lleva un gran ritmo. Como en ese tramo pega un poco de viento en contra decido ponerme detrás de él y tratar de que me haga de “liebre”. Vamos adelantando a bastantes corredores. Miro el reloj y llevamos un ritmo de 4:05-4:10/Km, demasiado para mí, al menos en el estado que estoy. Intento aguantar con él un rato más.

Pasamos por debajo de la escultura de una araña y por una pasarela por delante del Guggenheim. Hay mucha gente viendo la carrera y también paseando. Poco después cruzamos un puentecito de madera y llegamos a un puerto donde tenemos que recorrer un largo espigón.


Justo al final del espigón hay tres mujeres de la organización que reparten las pulseras con las que acreditar las tres vueltas que hay que realizar. Según me voy acercando me preguntan a voces qué número de vuelta es la mía y les respondo que la primera. Una de ellas me grita: “¡pulsera naranja!” y estira su brazo justo cuando voy a pasar. Cojo la pulsera sin aflojar la marcha y veo que mi “liebre” ya va por su segunda vuelta puesto que coge una pulsera verde.

Damos un giro de 180º en el espigón y volvemos a pasar por la pasarela de madera desviándonos esta vez hacia la derecha para rodear un edificio y empezar a subir una cuesta. Sé que el recorrido es totalmente llano excepto esta cuestecita. Es poca cosa, pero con el cansancio que llevo encima levantar las piernas más de la cuenta para subir la pendiente se convierte en una dura tarea. Intento no bajar demasiado el ritmo y para ello, aunque no puedo alargar la zancada, trato de aumentar la cadencia. Llego a mi límite de pulsaciones justo cuando el recorrido vuelve a ponerse llano.

Pasamos por un gran puente sobre la ría y llegamos a la orilla contraria por donde nos dirigimos otra vez a la zona de salida/meta. Seguimos adelantando gente pero “mi liebre” aprieta el ritmo y a mí se me enciende la “luz de alarma”. No puedo seguirle, se va distanciando poco a poco. Pese a haber empezado a correr bastante “ligero” ahora empiezo a encontrarme mal. Noto que me cuesta mantener el ritmo, las piernas cada vez están más pesadas y lo peor es que me ha entrado un malestar general y me duele la cabeza. Resumiendo: estoy muy cansado.

Mentalmente me cuesta mantenerme positivo por el malestar que siento, pero me consuelo pensando que no me ha alcanzado ni adelantado nadie más, sólo “mi liebre”, con lo cual mi ritmo no será malo del todo.

Llego a otro avituallamiento y esta vez empiezo a gritar a los voluntarios “¡isotónica, isotónica!” porque no me apetece beber otra vez agua a “palo seco”. Una chica me acerca un vaso que cojo con algo de dificultad porque se chafa al apretarlo. Veo a algunos andando mientras comen o beben, pero yo prefiero no hacerlo por no perder tiempo y, sobre todo, porque si me pongo a andar no sé si podría volver a arrancar. El resultado es que al intentar beber me echo más bebida por el ojo que por la boca. Y… ¡escuece por las sales!

Después de correr un momento con un ojo guiñado intentando que nadie se lo tome como una “señal amigable”, vuelvo a centrarme en subir el ritmo todo lo que puedo.

En esta zona del circuito corremos por un carril bici y es impresionante la cantidad de público que hay a ambos lados. Todos aplauden, muchos te gritan palabras de ánimo y alguno incluso te anima por tu nombre gracias a que lo ve escrito en el dorsal… es imposible no emocionarse, motivarse, y dar todo lo que tienes como forma de “agradecérselo”.

De repente una voz familiar me llama por mi nombre. Levanto la vista y me encuentro con mi madre y Javierito. Justo después mis hermanas. Me da tiempo a levantar una mano para saludarles mientras hago un amago de sonrisa y veo que Javierito también me sonríe y aplaude.



Otra vez me ayudan a mejorar mi estado de ánimo tocado por el cansancio, aunque me alejo con algo de “tristeza” porque no he visto a Elsa.

Giro a la derecha y cruzo por un puente para empezar mi segunda vuelta. El puente también está abarrotado de gente “sana” y deportista animando. Lo de “sana” y deportista lo digo por el aspecto que tienen y porque se nota que entienden, y en parte comparten, el sufrimiento que estoy pasando. Justo al final del puente me encuentro con mi padre que está haciendo fotos y me grita: “¡vamos Miguel, muy bien! ¡venga que vas muy bien!”.


Su insistencia en animarme y el tono y volumen de voz me hace suponer que me ha visto bastante cascado y está preocupado… ¡y no le quito razón!

Bajo una cuestecilla, llego otra vez al paseo junto a la ría y comienzo a correr por “terreno conocido”. Paso por el primer avituallamiento y cojo cocacola a ver si un poco de cafeína hace un milagro y me resucita. Aprieto el vaso para aplastarlo y que salga sólo un chorrito al inclinarlo para beber. Buena técnica, esta vez el líquido va por donde tiene que ir.

Estoy muy cansado, ahora ya no dudo de que voy a terminar, pero me encuentro mal y tengo ganas de hacerlo cuanto antes. Intento no pensar en los kilómetros que me faltan, ni tampoco miro el ritmo al que estoy corriendo. Sólo me centro en seguir corriendo y mantener una cadencia aceptable ya que alargar la zancada lo he dejado por imposible.


Paso bajo un puente y veo como un corredor entra corriendo en una de las letrinas que ha puesto ahí la organización. En ese momento caigo en la cuenta de que no he hecho pis en toda la carrera. En los entrenamientos de bici siempre tenía que parar en algún momento y hoy, que además de la bici llevo la natación y parte de la carrera, no me han entrado ganas, ¡ni me había acordado! Supongo que se deberá a que con el calor que pasé en la bici estaré deshidratado. Demasiado tarde para preocuparse por ello. Sigo corriendo.

Paso de nuevo frente al Guggenheim y continúo adelantando corredores poco a poco. Ahora ya me fijo en cuantas pulseras llevan para saber si están en mi misma vuelta o no. La mayoría de los que todavía no llevan ninguna, es decir, los que están en su primera vuelta, llevan un ritmo bastante lento y siento algo de pena por lo largo y duro que se les va a hacer la carrera…

Llego de nuevo al espigón donde reparten las pulseras. Antes de que me griten nada les hago un gesto con dos dedos para que vean que es mi segunda vuelta. Me dan la pulsera verde y me anima pensar que ya voy aproximadamente la mitad de la carrera.

Al dar la vuelta, antes de subir la cuesta hacia el puente, pasamos por un restaurante en cuya puerta hay un grupo de amigos bastante “entonados” con copas en la mano. Están animando y haciendo el gamberro. Al pasar les grito que me pidan un copazo para la siguiente vuelta. Se ríen y dicen que está hecho, pero que tengo que correr más porque si no se derriten los hielos.

Vuelvo a subir la cuesta sufriendo mucho y llegando a mi tope de pulsaciones. Atravieso el puente tratando de recuperar la respiración y bajo hacia el avituallamiento. Cojo otra vez bebida isotónica y la bebo con la técnica “aplasta-vaso” que resulta muy efectiva. El único problema es que al beber e ir tan fatigado me falta el aire y tengo que beber a pequeños sorbitos. Tiro el vaso en el contenedor y voy otra vez hacia la zona que más me gusta del circuito. No es la más bonita pero sí donde hay más más gente animando y, por tanto, donde menos piensas en lo mal que vas.


Entro por el pasillo humano que forma el público. Voy muy cansado, no puedo fijarme en la gente y sólo escucho, como de fondo, los gritos de ánimo. Llego a la altura donde en la anterior vuelta vi a mi familia. Levanto la mirada y hago un esfuerzo para ver si veo también a Elsa. Veo a mi madre, a Javierito y a mis hermanas justo en el mismo sitio aplaudiendo y, esta vez sí, veo también a Elsa que está justo enfrente de ellas. Les saludo con la mano pero ya no tengo muchas fuerzas para sonreírles. Elsa extiende su mano para que choque, lo hago y según paso de largo me da un azote mientras me dice: “¡vamos que ya está!”. Me han vuelto a subir la moral y, aunque agotado, pienso que tienen razón, ¡ya me queda poco!

Cruzo el puente para empezar la tercera, y última, vuelta. Voy mirando hacia donde vi a mi padre antes. “No le veo, no le veo… no está, vaya”. Giro a la derecha y bajo al paseo de la ría. Paso por el avituallamiento y decido coger agua y un gel. Hasta ahora no había cogido ningún gel de hidratos porque alguna vez no me han sentado demasiado bien en el estómago. Sin embargo decido “arriesgarme” porque queda poco y encontrarme peor lo veo difícil…


Doy un trago de agua y me echo el resto por encima para refrescarme un poco.


Justo en ese momento veo a mi padre subido en unas jardineras haciendo fotos. Me alegro mucho de encontrarle y antes de que empiece a animarme le grito sonriendo: “¡sólo una vuelta más!”. Me grita que lo tengo hecho.

Decido tomarme el gel a ver si me da algo de energía para recorrer los últimos kilómetros. Intento romper el sobrecito con las manos pero no puedo. Entre que voy justito de fuerzas y tengo las manos húmedas se me escurre y no lo consigo.


Opto por romperlo aguantando el extremo con los dientes y tirando fuerte con la mano. Tiro fuerte, fuerte y… ¡chof! Al romperlo sale un chorretón de gel directo a mi ojo. Me pica. Cierro el ojo y se me pasa, pero ahora no puedo abrirlo. Se me han quedado las pestañas pegadas y no puedo abrirlo. Me empiezo a reír yo sólo. La imagen debe ser cómica. Para tratar de solucionarlo me mojo los dedos con saliva y me los paso por el ojo hasta que, por fin, consigo abrirlo. Veo un poco borroso y me pica algo pero ¡espero no perderme por Bilbao en los escasos 6Km que me quedan!

Siento como si estuviera corriendo completamente “sólo”. En realidad estoy rodeado de corredores, pero ahora ya cada uno va a lo suyo, sin ganas de gastar energías mirando o hablando con los demás.

Paso por última vez frente al museo, por la pasarela de madera, llego al espigón y con cara de felicidad les indico a las voluntarias que es mi tercera vuelta. Me dan una pulsera negra y veo como otros corredores cercanos, con alguna vuelta menos, me miran con cierta envidia. Sé exactamente cómo se sienten, yo lo he experimentado hace un rato…

Subo la única cuesta del circuito y tengo una pesadez de piernas increíble. Me cuesta poner un pie más adelantado que el otro. El corazón se me sale por la boca, no quiero mirar el pulsómetro.

Paso el puente y empiezo el tramo de vuelta hacia boxes… bueno, ¡hacia meta!

En el último avituallamiento cojo un vaso de agua que utilizo para lavarme el ojo y, de esta forma, vuelvo a pestañear normalmente y no como si tuviera un chicle pegado en las pestañas.

Me quedan sólo unos 3Km. Pienso que por muy cansado que esté sólo me quedan unos 12-13 minutos de carrera, ¡no es nada comparado con el tiempo que llevo “dándole caña”!

La gente, aunque los máquinas ya han terminado hace tiempo, sigue animándonos a todos como si fuésemos a ganar. A los que me dicen algo trato de agradecérselo saludándolos con la mano.

Estoy contento, lo veo hecho. Después de tanto tiempo, tanto esfuerzo y tanto sufrimiento estoy cerca de la meta. Aprieto el ritmo y paso por última vez por el puente lleno de público.


En lugar de seguir el recorrido “normal” y empezar una nueva vuelta continúo de frente siguiendo una flecha que hay en un cartelito que pone “meta”.


Cruzo el puente que pasamos al principio de la carrera, al salir de boxes, pero esta vez en dirección contraria. La gente aplaude y uno me dice según paso: “puedes estar orgulloso, ¡lo has conseguido!”. Me emociona y se lo agradezco con una mirada de felicidad.

Últimos 300m. Estoy agotado pero ya no lo noto, ahora las piernas corren solas. Voy mirando hacia adelante y de repente, a mi derecha, veo a Elsa. Me paro en seco, doy un quiebro y me acerco a la valla para darle un beso. Me dice: “muy bien Miguelín” con la voz algo entrecortada por la emoción. Al verla así yo también me emociono, pero arranco rápido ¡que el cronómetro todavía está en marcha!

Doy un giro de 180º pegado a las vallas del interior y encaro la recta adoquinada de meta. 



A mi izquierda, entre el público, veo a mi madre y mis hermanas con Javierito. Me aplauden y animan emocionadas. Yo levanto y agito los brazos mientras les sonrío completamente feliz. Les dejo atrás y empiezo a mirar el arco de meta con el cronómetro encima… marca 5h 19min… esprinto -o eso intento- y ¡levanto los brazos al pasar la línea de meta! 



Estoy exhausto, pero con una buenísima sensación mezcla de alegría y orgullo. Lo he conseguido. Tantas horas y kilómetros de entrenamiento, tantos madrugones y, por qué no decirlo, tantas dudas… y lo he conseguido, ¡soy "finisher"! 

Mientras estoy recuperando la respiración y pensando en estas cosas, se acerca una chica, me pone una medalla y me da la enhorabuena. En ese momento veo a Elsa que está al otro lado de unas vallas altas. Me acerco y, a través de las vallas, nos damos un beso y me felicita. Le digo que estoy destrozado, que me duele todo. Ella sonríe y me anima. Volver a hablar “tranquilamente” con ella y compartir las sensaciones que tengo en ese momento son, sin duda alguna, mucho mejor premio que cualquier medalla.

Salgo de la zona de meta, me reúno con ella, y vamos hacia la zona de avituallamiento de meta que está a pocos metros. Me encuentro regular, me duele la cabeza, tengo el estómago revuelto y me encuentro débil… pero estoy feliz, como en una nube.

Al empezar a comer algo de fruta se me pasa un poco el malestar y empiezo a sentir incluso hambre. Finalmente me veo obligado a dar buena cuenta de los bocadillos, pasteles, batidos, etc. que ha puesto a nuestra disposición la organización. Es, sin duda, el mejor avituallamiento que he visto nunca en una carrera.

Aparece por fin el resto de “mi afición”. Me dan besos y abrazos y me dicen que lo he hecho muy bien. ¿Qué mejor premio puede haber que estar junto a los tuyos con la gran sensación de haber “cumplido” y haberles podido “recompensar” por estar ahí?




Evidentemente, mi objetivo era simplemente tratar de terminar “decentemente”. Y eso creo que lo conseguí. En cualquier caso, mis resultados fueron:

-Natación (1900m): 36:38
Es un tiempo muy malo para lo que suelo hacer, pero creo que en parte se debe a que nadamos bastantes más metros. Los tiempos, en general, son discretos y en este segmento además quedé bastante bien por lo que no me cuadra. Posición 122º de 524 triatletas que tomamos la salida. En el 23% mejor.

Bici (90Km): 3:10:51
Flojillo, pero sabía que iba a ser así. Me faltan muchísimos kilómetros y, lo que es peor, tiempo para hacerlos…
Posición 358º, 68% del total.

-Carrera (21Km): 1:32:31
Pese a las malas sensaciones y la pesadez de piernas estoy contento de cómo me salió. Un ritmillo de 4:23/Km que, para lo que llevaba encima, no está mal del todo. Puesto 131º, 25% del total.

-Tiempo final (incluyendo transiciones): 5:20:00
También algo mejor que los cálculos aproximados que había hecho según mis entrenamientos. Mejorable, por supuesto, pero contento con el debut.  Puesto final 242º de 524, 46% del total.



Podéis ver un montón de fotos en:

fotoyos.blogspot.com

2 comentarios:

  1. Emocionante la narración del medio ironman! A seguir entrenando y a por el ironman completo! Felicidades!

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  2. Gracias Paraules.

    Un IM me queda todavía bastante lejos. Algún día espero hacerlo pero tengo que encontrar "el momento". Para poder entrenarlo, además de motivación -de eso voy servido-, hace falta mucho tiempo, y de eso por ahora voy muy escaso.

    Un saludo.

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